Este lunes 11 de mayo, a las 6:05 de la mañana, me llamó una querida amiga de la comunidad urbana de Cantagallo, en el Rímac, donde viven unas 238 familias shipibo-konibo. “Ha muerto otra persona”, la escuché decir llorando. “Es un hombre mayor. Ayer mismo estaba hablando con él para organizarnos. El coronavirus está ganando fuerza. No sabemos si estamos vivos un día, si al otro día ya estamos muertos”. Me dijo que acababan de llamar al personal del Minsa para avisar lo sucedido. 

Ayer, cuando la llamé para felicitarla por el Día de la Madre, me había contado que un hombre joven había fallecido solo en su casa. Era el primer óbito shipibo-konibo con síntomas de COVID-19 en Cantagallo. “Dicen que llevaba unos días un poco mal, pero como le ha tocado su bono de 380 soles se ha ido al banco a cobrar. Estaba solo, su esposa había viajado con su bebito antes que empiece la cuarentena. Dicen que cuando se ha ido a cobrar, allí le habrá agarrado frío, pues. Le ha chocado el frío y se ha empeorado”.

Me quedé consternada pensando en los reveses que la política de los bonos está teniendo sobre la población más vulnerable del país y la dura realidad que afrontan los pobladores shipibo-konibo de Cantagallo. Desde inicios de mes se sospechaba que el índice de contagios con COVID-19 en Cantagallo era muy alto. El 2 de mayo, el Minsa aplicó 120 pruebas rápidas en los pobladores y casi la mitad resultó positiva. La comunidad no cuenta con agua potable ni desagüe, y depende de camiones cisterna, lo que ha llevado a una situación de contagio generalizado. Pero nadie hubiera imaginado que el primer óbito shipibo-konibo del lugar sería un hombre joven, de 38 años, y aparentemente sano. Sin embargo, estaba solo, sin dinero y sin alimentos, y esto exacerbó su vulnerabilidad. Durante la cuarentena, prácticamente todos los shipibo-konibo de Cantagallo han perdido sus fuentes de ingresos y dependen enteramente de donaciones, o de los bonos, para sobrevivir. La muerte de un hombre mayor hoy día trae el temor de que la situación esté fuera de control. 

Muchas personas de Cantagallo han reportado tener fiebre, resfríos, problemas para respirar y dolor de cuerpo. Mi amiga también estuvo mal. Mejoró tomando un té de ajo, cebolla, kion, limón y eucalipto y sobándose el pecho con Vicks VapoRub caliente. Ayer me dijo que se sentía más fuerte, pero todavía no podía asomarse fuera de casa, pues el viento del lugar le hacía daño. Sin embargo, a pesar de su fragilidad, había enviado un poco de comida para los caminantes shipibo-konibo que habían llegado desde Ica y estaban acampando en la Iglesia que el pastor de Cantagallo había puesto a disposición.

Desde hace unas semanas Cantagallo se ha vuelto un lugar de refugio para las mujeres y hombres shipibo-konibo que se encontraban en otros lugares de la ciudad o en otras ciudades de la costa peruana y buscan retornar a sus lugares de origen en Ucayali. Unas 300 o 400 personas han pasado por allí en busca de ayuda para continuar su camino de vuelta a la selva. Ayer, mi amiga me contó que en ese momento había cincuenta personas refugiadas en Cantagallo, principalmente jóvenes hombres y mujeres, y algunos niños. La mayoría estaba en trabajando en la agricultura para ganar un poco de dinero durante el verano y se habían quedado varados en Ica. Después de un mes y medio de cuarentena habían decidido volver al Ucayali pasando por Cantagallo, contando en el apoyo de sus parientes.

“Nosotros estamos mal, muchas familias están con fiebre, pero los recibimos. No se pueden quedar en nuestras casas porque no tenemos espacio, nuestras casas son chicas. Pero les hemos dado espacio en la Iglesia, están durmiendo con impermeables, en el suelo. Están esperando porque no hay pase para ir a Pucallpa, no hay carro. Les estamos dando apoyo, lo que tengamos. Hemos comunicado a toda la comunidad, si alguien tiene arroz para darles un poco, detergente, jabón, lo que puedan, para comer y hacer su sopa, para ir resistiendo”.

El Gobierno Regional de Ucayali es el ente responsable de garantizar su alimentación y transporte a Pucallpa, pero no está cumpliendo. Los dirigentes de Cantagallo llevan semanas gestionando sus pasajes de vuelta a Pucallpa. Mi amiga me contó que el gobernador regional de Ucayali solo se ha comprometido a dar 200 pasajes de ómnibus, y cada día posterga las fechas de partida prometidas, “como quien dice engañando, mañana, pasado, y así va pasando el tiempo”. Cansados de esperar, han optado por atravesar los Andes a pie. “Anteayer salió un grupo, tal vez ya estén por llegar a Pucallpa”.

“Nosotros somos solidarios y les damos lo que tengamos, es poco. Hemos recibido algunas donaciones, pero ahora que todos saben que hay muchos positivos en Cantagallo, ya nadie va a querer venir a traernos alimentos”.

Ahora la vulnerabilidad de los caminantes shipibo-konibo abandonados a su suerte por el Gobierno Regional de Ucayali se suma a la situación de extrema precariedad económica, contagio generalizado y el temor que muchas otras muertes están por venir en Cantagallo. La solidaridad de los parientes shipibo-konibo no puede resistir sin la intervención inmediata de las instituciones del Estado. A solo centenares de metros del Palacio Presidencial, Cantagallo es un ejemplo descorazonador de los desencuentros entre las políticas del Gobierno Central, los gobiernos regionales y las alcaldías de Lima y de la Amazonía. Se requiere acción urgente.


Imágenes: Olinda Silvano